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Sus inmensos ojos cañí buscan alguna cara conocida en el andén. Sin nadie que pueda chivarse a sus viejos, la niña de catorce se acerca un filtro a los labios y se lo enciende, temerosa. Y rebelde. Ha quedado con su novio -aunque él la considere una amiga-, que últimamente da un huevo el coñazo con eso de acostarse juntos. Se abren las puertas del vagón, tira el cigarro y comienza a preguntarse qué pasaría si lo hicise con Carlos. O con Domingo, o con Juancho, o...
Se arregla el pelo castaño mientras habla con sus compañeras de piso. Como es consciente de que sus grandes pechos extremeños no son proporcionales a su diminuta cintura, se queja porque los tíos sólo quieren follar con ella, sin importarles un cojón lo que sienta. Comenta que con David todo parecía distinto, pero que, en el fondo, era un hijodeputa igual que todos. Y, para colmo, la dejó justo dos días antes del parcial de Analítica, que suspendió. Cuando se abren las puertas del vagón, la joven universitaria acerca la carpeta a sus voluptuosos secretos y se despide.
Mientras camina hacia el siguiente tren, con el carrito del niño -que duerme-, va repasando la lista de la compra. No sabe si llegará a tiempo de ver a la Campos hablar de los chavales de Gran Hermano que, si bien son bastante golfos y vaguetes, no parecen ser malos chicos. Ella antes también era así, jovial, con esperanzas, con sueños, con ganas de comerse el mundo. Iba a clases de pintura -era buena-, preparó unas oposiciones de administrativa, incluso ayudaba a su madre con la peluquería. Aunque eso fue antes de casarse y tener a sus dos hijos. El tren se va mientras se pregunta qué habría pasado de haber dicho que no a Antonio.
Le tiembla el brazo al agarrar la barra metálica. Nadie parece dispuesto a cederle el asiento, así que tendrá que estar en pie las dos paradas que la separan de casa. El médico le ha dicho nosequé de nosequé, y le ha sonado bastante feo. Eso mismo le dijeron a Encarni y, ya ves, ahora descansa en La Almudena. Qué desgracia de familia, ni sus hijos fueron al entierro. Aunque eso no le pasará a ella, porque, aunque uno de sus niños la quiso meter en un asilo hace dos meses, sabe que los otros tres, y sus nueras -bellísimas personas-, la quieren mucho. Ay, sabe que su Manolo la estará esperando allí arriba, en el Cielo con el Señor, y que no queda mucho para que eso llegue.
Cuatro mujeres que he disfrutado hoy en un transbordo en el Metro. Una que comienza a nacer, otra que ya lo está haciendo, una que ha dado la vida, otra que ya se está yendo. Cuatro mujeres, maravillosas, en dos paradas del Metro.
Publicado
el
2003-03-20
a las
07:39
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8
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